La Leyenda de Rudel, representada en Morelia, Michoacán |
La leyenda de Rudel, op. 27
(1906), fue compuesta en 1906 por Ricardo Castro (1864-1907), y es conocida
como su segunda ópera, después de Atzimba (1900). Pero el propio Castro
la llamó “Poema lírico”, y no precisamente ópera. Constituida de una sola
escena, dividida en tres o cuatro cuadros, está ambientada en la época de las
cruzadas y el texto lírico fue escrito originalmente en francés (es muy
probable que por el propio Castro, bajo el seudónimo de Henry Brody, un “poeta”
francés del que no existen más noticias que la escritura de este libreto),
aunque en su estreno fue traducido a toda prisa para ser cantado por una
compañía de ópera italiana en el teatro Arbeu. Esto hizo que, con la excepción
de Luis G. Urbina y Pedro Henríquez Ureña, la obra fuera mal recibida por la
crítica.
Hasta
1952 fue repuesta, al parecer cantada en español o tal vez en italiano, pero
corrió con similar suerte a la del día del estreno. Después de eso, la
partitura orquestal desapareció y sólo existía una versión reducida para piano,
que fue la que usó muchos años el grupo Solistas Ensamble de Bellas Artes para
presentarla en diversos foros. Fue en 2014 que Miguel Salmón del Real, director
artístico de la Orquesta Sinfónica de Michoacán (Osidem) la localizó y realizó
el arduo trabajo de digitalización, corrección y edición de la partitura, para
ofrecer su estreno mundial, cantada de acuerdo al texto original en francés,
más de un siglo después, los pasados 27 y 28 de noviembre en el Teatro Ocampo
de Morelia.
A
diferencia de lo ocurrido hace un siglo, este estreno fue un rotundo éxito, no
sólo por la asistencia del público al teatro, sino por la transmisión en vivo
que hizo el Sistema Michoacano de Radio y Televisión, lo que permitió que fuera
vista por casi 70 000 personas, lo que la hace probablemente la ópera mexicana
más vista de nuestra historia.
A pesar
del aparente exotismo de su argumento y su circunstancia, es evidente que
Ricardo Castro compuso una obra maestra con La leyenda de Rudel, y que
con ella se adelantó a su época, ofreciendo a los músicos actuales un modo
novedoso de abordar las posibilidades del espectáculo escénico desde una
perspectiva totalmente diferente al del lirismo italiano, del cual se aleja
decididamente optando por una estética más wagneriana de estilo afrancesado,
buscando establecer las bases de un canto más natural y más libre, en aras de
desarrollar un lenguaje auténtico y propio.
No nos
parece un exotismo que el argumento de la obra se desarrolle en la época de las
cruzadas; antes bien, es justamente el elogio del poder supremo del Amor y la
Belleza lo que la hace no sólo actual, sino que la ubica en el origen del arte
lírico por excelencia, el culto a la mujer y a la belleza, el nacimiento del
amor cortesano como ha demostrado Denis de Rougemont en El amor y Occidente.
Al colocarse en ese tiempo cero, y alejarse del estilo italianizante
belcantista, Castro buscaba, como la escuela francesa de la ópera barroca,
sentar las bases para una forma nueva de arte, y esto fue lo que precisamente
vio Henríquez Ureña en 1906: un arte músico-lírico auténticamente
latinoamericano.
La
interpretación de la Osidem y la dirección musical por parte de Miguel Salmón
del Real le devolvieron a la música de Castro toda su gloria y elegancia, su
expresión precisa y dignidad musical, y podemos afirmar que es el evento y
rescate musical más importante del año. Lo más notable de esta obra es su
manufactura y su calidad orquestal. Los personajes apenas están dibujados y
parecen más un pretexto para desarrollar la idea de la primacía del ideal de la
belleza y el poder del amor, que los objetos de un drama que realmente es
inexistente en estrictos términos dramáticos. No obstante, los duetos de Rudel
y Segolena en la primera parte, y de Rudel y la Condesa en el segundo, le
otorgan a la obra una intensidad sólo similar a la notable escena del viaje en
barco durante una tormenta en el Mediterráneo.
Nunca
sabremos cómo Castro podría haber desarrollado este modelo lírico debido a su
prematura muerte al siguiente año de su estreno, pero nos parece muy claro que
este modelo de concisión y desarrollo personalísimo podría derivar en la
creación de un género de canto escénico auténticamente nacional (que no
nacionalista), y que tal vez debido a la crisis actual de la ópera en Bellas
Artes y en general en el país podría permitir desarrollos más acordes a nuestra
circunstancia, y a una verdadera alianza entre poetas y compositores. En ello
estriba, en nuestra opinión, el verdadero valor de este rescate, uno de los más
importantes en nuestra historia reciente.
Es
digno de aplauso que este rescate provenga de uno de los músicos jóvenes más
sobresalientes de la escena musical actual. Miguel Salmón del Real confirma, de
esta manera, por qué es él uno de los más brillantes defensores de nuestra
música y de memora musical. Sus actos y su trabajo hablan por sí solos.
Enhorabuena a todos los involucrados en este importantísimo proyecto. ♦
Por José Manuel Recillas