Hay Festival para los que no somos turistas


Publicado porJosé Homero el 2:59 p.m.


Irvine Welsh
Para muchos el gran atractivo del Hay Festival era la presencia de Irvine Welsh… Eso afirma Josué Castillo en esta crónica, aunque confiesa su preferencia por los actos marginales anunciados en el programa. Pero Welsh sigue siendo el mítico autor inglés, afirma Castillo: “el Teatro del Estado se encontró cercado por veinteañeros con playeras multicolor escuchando a Iggy Pop junto a treintañeros nostálgicos con su copia de Trainspotting bajo el brazo”.
Hay declaraciones fuertes, fortísimas, para las que necesitas un tiempo para asegurarte que no has errado en tu interpretación; hay otras, más usuales, en las que no encuentras en qué universo podrían tener sentido. En la segunda categoría entran las de Ernesto Cardenal durante su rueda de prensa cuando afirma que “la revolución es amor, la verdadera revolución. Hay quien piensa que revolución son los fusiles, pero es cambio [..]La revolución mexicana fue una revolución poética”. Quisiera preguntar, aunque no me mata la duda, si es broma o ironía, pero no, no se puede desde este escritorio en donde tengo que editar otra clase de textos, ajenos al asunto. Me toca seguir parte del Hay por twitter, desde las cuentas de los corresponsales de La Jornada, Canal 22 o Letroactivos, aquellos para los que Xalapa no es cotidiana y la visita les resulta una aventura: sus crónicas en tiempo real son a la vez didácticas y útiles. “¿A poco con ese humor reportean en la capital?, ¿a poco no creen que sus vidas son miserables?”, piensa el provinciano amateur. Leerles desde el encierro oficinesco es útil: sé que vienen con la consigna de cubrir lo importante: los Nobel, a Bernstein y a Cardenal; de aquellos eventos habrá video, audio, comentarios y boletín, ¿quién necesita más para hacer sus notas? Leer a los que son ajenos al ritmo de la ciudad es refrescante y nostálgico: ¿recuerdas cuando estar en Xalapa era una aventura y no insoportable cotidianidad? ¿Cuando todo era fun, fun, fun? Para los que somos de casa nos toca vivir el festival de otra manera: sin el tiempo de ir y venir a gusto, cuando en ningún medio local el Hay es prioridad —seamos conscientes: hay contingencia ambiental— tienes que escoger bien qué cubrir. Me interesan más esos actos marginales en salas pequeñas en donde las bocinas son innecesarias para escuchar al ponente, como las dos conferencias en las que participó Eliot Weinberger: agudo ensayista y traductor que desde su primera presentación nos dejo claro que nunca inventa nada; o la plática entre Daniel Saldaña París y Marta Sanz con Felipe Rosete en donde vimos, los cuatro gatos que entramos a la sala de cine de El Ágora de la Ciudad, a dos narradores y poetas presentar estilos dispares: comprometido políticamente, uno; laxo y repleto de delirio, el otro. Además al Hay de este año le falta brillo, incluso inició con el pie izquierdo.
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Lo mío, lo mío, no es levantarme temprano en jueves; mi horario de trabajo cada miércoles se define, entre otras cosas, por el azar: algunas ocasiones antes de la media noche ya estoy ordenando bebida en el callejón de Aparicio, otras, como hoy, a las seis de la mañana apenas voy apagando la mac para irme a ensabanar. Por ello, por mi falta de descanso, mi irritación: ¿cancelar la ceremonia sin avisar? Para echarle más leña al fogón no hay pronunciamiento, un boletín o alguien de Comunicación Social del Gobierno del estado ni del festival que dé razones. El Hay empezaba mal, pero la inauguración es un acto meramente protocolario –cuya importancia se maximiza por mi mal humor– y quedan a lo largo del día una serie de actos interesantes como la inauguración de la exposición De la tierra al cielo. 50 años de Rayuela en la Pinacoteca Diego, la conferencia Historias de cine o la presentación de la edición facsimilar de Nocturno Rosa de Xavier Villaurrutia en el Teatro del Estado. Eventos a los que, por cierto, no asistí por trabajo, y después del chasco de la inauguración regresé a la oficina: con el trabajo que te da de comer no se puede quedar (tan) mal.
Ocho de la noche. Como pude me colé al Museo de Antropología de Xalapa. La poca presencia de prensa da a entender que no nos esperaban. Llegué con desgana; no debemos esperar mucho del cóctel de inauguración de un festival cultural en donde el gobierno aporta el billete: no son actos para celebrar la creación, la belleza o la abstracción de su preferencia relacionada con las artes; ni siquiera un punto de encuentro para creadores de distintas disciplinas; aquí no hay lectores, quienes creí por un momento, y de manera ingenua, que son los que hacen posible esos actos con su demanda de bienes culturales, no, el lector está ausente en los discursos que se recitaron de memoria, en cambio una idea queda clara: todo se lo debemos a la magnanimidad del gobernador: él hace, mueve, ordena, consigue; él proveerá. El jefe me mandó con la consigna de entrevistar a Walcott o a Williams, a Welsh o a Bernstein pero no, ningún rostro exótico en el área. Tampoco alguien conocido para echar el trago. En un cóctel como este por lo general te encuentras, con algunas variaciones, a seis tipos de persona: 1)los que van a huevo por su jerarquía en la universidad, municipio, gobierno o porque el contrato con su editorial establece que su trasero les pertenece y debe estar allí porque así lo manda su amo/editor; 2) los que saben que para triunfar en la vida hace falta algo más, mucho más que talento y necesitan trabajar su presencia, hacer self branding, PR o (inserte aquí el sinónimo que más se le antoje de trepador social); 3) funcionarios, chingos de funcionarios que gustan de presumir de su vasta y altísima cultura, por lo que no desperdician la oportunidad de tirar foto acompañados de un Nobel por aquí, un Pulitzer por allá, un Príncipe de Asturias acullá; 4) los cínicos que ya saben de qué va esto y ni se inmutan: han estado dentro de la mierda tanto tiempo que les va y les viene, generalmente sólo van a ver qué hay de comer o coger; y 5) las mariposas sociales, esas que son el alma de la fiesta y probablemente no tienen idea qué se festeja pero llegaron para bailar un rato antes de ir al siguiente convite; 6) por último, están los confundidos, los apestados, los que llegan tarde a las fiestas ávidos de tiernas compañías y encuentran parejas impenetrables y hermosas muchachas solas que dan miedo. Y pues no, no está chido: apliqué la huida con rumbo al concierto de Luis Eduardo Aute. Recomiendo ampliamente su cortometraje El niño y el basilisco para esas noches de insomnio: es infalible.
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El evento principal este año fue la presentacion de Irvine Welsh. A diferencia de otras ocasiones la fila para entrar no estaba repleta de profesores, estudiantes y la banda ñoña xalapeña: el Teatro del Estado se encontró cercado por veinteañeros con playeras multicolor escuchando a Iggy Pop junto a treintañeros nostálgicos con su copia de Trainspotting bajo el brazo: la Sala Emilio Carballido se convirtió por un día en la Meca de los yonquis de la ciudad. Welsh aparece en el escenario con Peter Florence, quien junto a su padre fundó el Hay Festival en Hay-on-Wye, vistiendo una camisa color guinda con estampado floral, look inesperado para el punk escocés badass que el público esperaba. En su lugar, nos encontramos con el clásico drandpa buenaondita que, dice, ya dejó el alcohol y las drogas pues con el paso del tiempo ya no aguanta el jale; obviamente no te creemos, Irvine, ya te leímos en The Guardian presumiendo tu capacidad para el trago. Durante su plática nos puso al corriente de su vida después de Trainspotting (la única referencia de su obra para algunos en la sala): ahora es productor de cine, fundó Jawbone Films y cedió a la fiebre contemporánea de ser DJ, promotor y productor. Habló del “craft” del escritor y de cómo echó mano de algunas técnicas para desarrollar Trainspotting: para la formación de cada uno de sus personajes creó playlists que escuchaba mientras escribía sobre o a través de ellos, lo que le ayudó a escribir con el tono y registro correcto; otro recurso fue el diario que escribió durante sus días de heroinómano, que con el tiempo sería el germen de la novela: al fin y al cabo, como respondió a alguien del público, siempre hay algo del escritor en sus personajes. Fue amena la charla de Welsh, quien en todo momento se comportó como el rockstar que es, sin embargo muchos recordaremos esa noche por las preguntas que, en su mayoría, iniciaron con “jai, mai neim is X, güelcom tu jalapa”. De pronto parecía que me equivoqué, no eran yonquis quienes habían tomado la sala del Teatro del Estado sino estudiantes de Kiosk, Bristol o The Institute ávidos de practicar su inglés.
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Se acabó el Hay Festival y lo vamos a extrañar, pero no por sus eventos o invitados: lo que aporta a nosotros, los que padecemos esta minúscula ciudad con aspiraciones de metrópoli, es un pretexto para reunirnos, charlar, discurrir y reír juntos antes de regresar al encierro de la vida laboral, universitaria o creativa.

Adiós.





Por Josué Castillo: Filósofo y editor. Gusta de leer a filósofos del siglo pasado: Foucault, Deleuze y es un chovinista cordobés.

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